miércoles, 21 de noviembre de 2018

FOX in SOX


Cojones, ni encontraba el botón de 'New Post'...

A lo que iba: llevo años intentando resolver este asunto; creo que hará 10 años ya que hice un post sobre el particular.

Los calcetines, así cómo los pelos de los huevos, los tampones o los mocos, son un ítem que mientras permanece adosado al cuerpo humano resulta irrelevante, pero que una vez lo abandona, resulta bien desagradable.
Puede uno llevar los calcetines 20 horas o 20 minutos; en ambos casos tras quitárselos da grima volvérselos a poner.
Es un ítem apasionante al que no se dedica el tiempo que merece.

Yo, desde que me fui de casa, he estado porfiando gallardamente con un desafío hasta ayer irresoluble. Explícome: al no tener filipina y negarse mi mujer a hacerme de mama, me encontré hace ya décadas acorralado ante la tesitura de aparearme yo mismo los calcetines o salir de casa con muestras desapareadas.

Cómo es natural me decanté por la segunda, y mientras el pool de candidatos es 100% negro (ya hace años aparté los marrones y azules oscuro), hay infinidad de niveles de tersura, grosor, costura y sobre todo, altura.
La habitación dónde me visto está pobremente iluminada; además no presto atención y hace años perdí la fe, a resultas de lo cual a veces hay un palmo o más de diferencia entre la eslora de uno y otro calcetín, lo que me hace parecer sucnormal, o cuando menos pedófilo, cuando cruzo las piernas y alguien me ve los tobillos.
O cuando me desnudo ante alguna adolescente ávida de carnaza.

Ante este reto, cómo ya debatiérase en su momento, sólo cabe una salida tecnocrática: eliminar todos los calcetines y reemplazarlos por x pares idénticos. Pero eso no era suficiente: necesitaba 3 atributos innegociables:
  • Que la costura no fuera muy rugosa, puesto que me toca los ovarios tener un costurazo, normalmente además desalineado con la curva de mis dedillos, dándo la vara.
  • Que no tuvieran logos ni mierdas en la parte visible de la caña; aun me recuerdo a mí mismo en pantalón corto durante los años 80 con esos bordados de dos raquetas de tenis cruzadas en el puto calcetín, anda que no hizo fortuna ese “family crest”
  • Que fueran unitemporales: ni gruesos de invierno, ni finitos de esos casi transparentes (de cura pederasta o Controller de cincuenta-y-pico tacos) de verano. Un grosor perenne.
  • Que fueran, y esta era vital, reversibles: que me los pueda quitar del revés, ellos ser lavados, y volvérmelos a poner de volea tal cual. Ni en darles la vuelta tengo previsto perder un minuto.

Ante estos desafíos me encontraba yo (por cierto, he mencionado 3 requisitos, he puesto 4 y nadie se ha dado cuenta; suerte que no sois controladores aéreos) cuando inicié esta porfía hará 10 meses.
Incansablemente toqué calcetines de amigos, las yemas de mis dedos calibraron tersura y grosor con fruición; fui a chinos, al Carrefour, a diversos establecimientos, buscando el Santo Grial del Calcetín. Finalmente encontré la referencia en un sórdido Decathlon en Tabarnia…

Reconté mis calcetines negros.
41. No me sorprendió la imparidad; estimo que resulta más de la pérdida de 17 calcetines que de 1.
Arrodoní a 42, 21 pares, y raudo acudí anoche al Decathlon donde fulfilleé mi proyecto.

La cajera sin duda pensó “A este viejo lo han echao de casa a hostias y no tiene ni calcetines, pobre hombre”
Pagué, llegué a casa, cogí el caótico crisol de calcetines y los eché a la basura.


Desde hoy y para el resto de mi vida, un problema menos.
La vida, créanme, es más la ausencia de problemas que la presencia de grandes ilusiones.

La verdadera historia de la rivalidad Barça-Madrid

Seré conciso. H ay cientos de libros que cuentan esto en 400 páginas. Yo lo he hecho en dos, o sea que las gracias me tendríais que dar, ing...