Espero que los lectores más avispados ya sepan por donde voy, que si no los últimos dos posts habrán sido en vano. Pues muy fácil: si tenemos un monoplaza recta abajo, este corta el aire y una parte pasa por encima del coche y la otra por debajo. El aire es idénticamente denso por encima y por debajo del casco, luego las presiones se compensan. Es una pena pues lo que nos interesaría es crear una zona de bajas presiones por debajo del coche (imaginen un vacío absoluto) para que el peso del aire por encima del casco aplastara el coche contra el suelo.
Esto, inicialmente improbable, se consigue gracias al cojonudo efecto Venturi, por el cual –y como demostramos ayer- si comprimimos el aire por debajo del coche de manera obscena y le damos rápida escapatoria podemos crear una zona de bajísima presión. Y para conseguir eso debemos crear un cuello de botella de tres pares de cojones.
Y así lo hizo LOTUS a finales de los 70s.
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O este joven que levantó el vuelo en Le Mans 99:
Miremos adelante.
La aplicación –legalidad- del efecto suelo en competición acarrea enormes ventajas, las más prominente de las cuales es la reducción en la dependencia de la aerodinámica clásica (alerones) para obtener grip. Su aplicación redundaría pues en alas más planas, mayor velocidad punta, y sobre todo, en la posibilidad de pegarse mucho más al coche que nos precede pues no dependeríamos tanto del aire que él corta para agarrarnos. Las desventajas, claro está, vienen en materia de seguridad, pero la verdad, creo yo que el público en general recibe con algarabía las leches, y como siempre digo, si es peligroso que cada cual apriete tanto como quiera a sabiendas del riesgo. Los esquiadores también se meten galletas y no les veo llevando una mochila de piedras, o sea que p’alante y que Darwin y Venturi repartan suerte.