Con arreglo al protocolo, Zucchetti saldría primero para mesurar la respirabilidad de la atmósfera así como las condiciones de presión, que se estimaba serían similares a las de la Tierra.
Se calzó la escafandra, abrió la escotilla, bajó por la escalerilla, se posó en el azul suelo de Pedrolow, desactivó los anclajes del casco, con ambas manos lo levantó y aspiró profundamente el aire de ese extraño planeta…
Acto seguido le explotó la cabeza. Cagada. Ahí no había atmósfera ni nada parecido. Menudo peazo cagada del equipo del General Melafo. “Es que estos africanos son unos retrasados, no te puedes fiar un pelo” espetó Führer, visiblemente contrariado con la nariz pegada a la ventanilla. “Organicémonos” replicó Bentanachs “necesitamos un plan de actuación o de aquí no salimos”.
Poco sabía la fea funcionaria que su regreso ni siquiera había sido contemplado en el Proyecto Polaris. La tripulación era prescindible, y el coste de meter más carburante no compensaba el retorno de esos moracos de mierda (término peyorativo con el que africanos y asiáticos por igual se referían a europeos y americanos por aquel entonces). Sven Goran Këputaviddën, tipo de moral lívida y poco inclinado al follón, se sacó un revólver de la chistera y se voló la cabeza ahí mismo en el cuadro de mandos. Un rol efímero y patético para un actor del calado de DiCaprio, lo sé, pero el show business debe de ser complejo.