Existe ese momento extraño, hace años
que me doy cuenta pero nunca se me ocurrió escribirlo, cuando hay algún
familiar bien jodido en el hospital, habitación 113, abres la puerta y hay ahí
5 familiares o amigos del enfermo hablando animadísimamente de que si Messi esto,
Colau lo otro, la maldita zona azul en Diagonal o cualquier pollada. Incluso
con risas y tal.
Y tú, que acabes de entrar, que llevas
media hora en el coche dando vueltas al tema médico y rozando a momentos el
tema religioso y testeando tu fe, no puedes sino pensar que el tema está
excesivamente frívolo como para que estén ahí echando esas voces y hablando de
burradas.
Das un beso al enfermo, y alguno de
los acompañantes te hace un gesto con la cara en términos de cuál es el
pronóstico. Si el enfermo está realmente jodido, la gente empieza a contar qué
han dicho los médicos y cómo luce el pelo como si el enfermo no estuviera
delante, situación que te incomoda.
Y te sientas, xiuxiueja el de al lado “¿Vienes
del trabajo?”, dices que sí, pones gesto grave y en momentos lloroso. Y preguntas
detalles del dictamen médico, uno que explica un caso parecido, agarras la
prensa pero desinteresado la vuelves a dejar al lado del croissant medio
mordido del enfermo, y van pasando las horas mientras el sol se pone sobre el
aeropuerto.
Alguien saca un tema razonablemente
interesante, te metes en la conversación, se establece que “la culpa de lo de
Neymar es del cabrón de Rosell”, se abre la puerta, llega otro, y en su
interior se escandaliza con la frivolidad con la que estamos tratado la
situación.
Y así se repite el bucle, pasa la
vida, pasa la gente.
Descansa en paz, abuela.