A nadie
importa el porqué; el hecho es que desde hace unas tres semanas decidí coger la
mountain bike de Decathlon bottom-of-the-line
que mi mujer me regaló por mi cumple cuando aún me amaba, y con los piñones
oxidados y un dedo de mierda sobre el sillín, me monté en ella.
Tres
objetivos:
1-Perder
peso
2-Huír
de casa (el móvil principal de todo ciclista en su fase inicial)
3-Ver
lo que ve un ciclista con mis propios ojos.
Así
pues me convertí en un globero en apariencia, que no en realidad. Tras mi
primera salida a puto pelo, me petaron la próstata, tres huevos y un glúteo;
concluí que necesitaba hardware de asistencia.
Cómo
además soy pro-gadgets y Amazon-compulsivo procedí pues a ponerme un timbre de
pederasta, un bidón, un sujetador para el móvil que me guiaría en mis trayectos
de loser, una funda de gel sobre el sillín, un coulotte bastante caro, un
retrovisor así pequeño, unas leds para ver y ser visto, y quizá algo más.
De gag
de Monty Python.
La
bici, tras mi tuneo globero, pesaba unos 3kg más, hecho irrelevante pues la bici
es tan rematadamente mala que pesa el doble que una buena; además, cómo mi
objetivo es sudar y perder peso, cuanto más pese la bici mejor –digo yo.
Así
pues, tras trazarme rutas de dureza soportable y recorrido poco concurrido en
Strava (la plataforma de los peores losers), fui progresivamente saliendo,
tensándome, y en relativa medida, mejorando.
Pero no
he venido aquí a hablar de eso: también me dispuse a explorar la vida del
típico ciclista de fin de semana o tío normal que ves cualquier día.
En eso
de la relación de los ciclistas con el mundo sólo hay dos tipos de personas:
1-Los
que odian a los ciclistas
2-Los
ciclistas
Pensé
que siendo (cómo persona cabal que soy) del tipo 1, disfrazado de 2 podía
sorprenderme a mí mismo y SORPRENDER AL MUNDO.
Así
pues en cada salida que hago, a la ida voy cómo los ciclistas deberían ir y a
la vuelta voy cómo van.
Si voy
por una acera estrecha y viene una señora de cara ME PARO, pongo el pie en el
suelo, dejo pasar a la señora mientras la saludo, y retomo la marcha. Os lo
juro.
Si voy
por la calzada (siempre voy en dirección contraria para ver el percal) en calle
estrecha y viene un coche, ME BAJO DE LA BICI y me subo a la acera hasta que el
tío ha pasado.
Si voy
por calzada y viene tráfico subo a la acera, ya bajaré, y si por ahí viene un
niño vuelvo a bajar, intentando SIEMPRE que mi presencia sea transparente a
todos (ni menciono que jamás invado calzada en vías con relativo tráfico).
Si hay
peatones despistados delante de mí, les doy un leve timbrazo acompañado de un “buenas
tardes!” y se apartan atentamente.
Aun en
fuerte descenso, si tengo un coche detrás clavo frenos mientras diverjo a
derechas, le dejo pasar y retomo la bajada. Sin excepción.
Tendríais
que ver las caras de las abuelas y los gestos de los automovilistas, dándome bien
una sonrisa bien un saludo, siempre transpirando auténtico ESTUPOR.
De
regreso voy cómo van ellos: plato grande piñón pequeño dando timbrazos como
zorras, rebasando a 45 Km/h a madres que empujan cochecitos de bebés, rozando
levemente a la gente con el codo mientras les afeito la patilla, y dando
miradas asesinas a los niños de mierda que zigzaguean con su puto patín que al
parecer está de moda. A mis espaldas suelo escuchar algún tipo de improperios,
pero a la velocidad a la que corto el viento mis oídos no pueden identificar
bien el calado de las observaciones de la chusma.
¿Y
saben qué? Me resulta mucho más gratificante la ida.
Creo
que dejaré de hacer el hijodeputa y usaré la cordialidad en cada metro de mi
patético tránsito vital.