Cojones, ni encontraba el botón de 'New Post'...
A lo que iba: llevo años intentando resolver este asunto; creo que
hará 10 años ya que hice un post sobre el particular.
Los calcetines, así cómo los pelos de los huevos,
los tampones o los mocos, son un ítem que mientras permanece adosado al cuerpo
humano resulta irrelevante, pero que una vez lo abandona, resulta bien
desagradable.
Puede uno llevar los calcetines 20 horas o 20 minutos;
en ambos casos tras quitárselos da grima volvérselos a poner.
Es un ítem apasionante al que no se dedica el tiempo
que merece.
Yo, desde que me fui de casa, he estado porfiando
gallardamente con un desafío hasta ayer irresoluble. Explícome: al no tener
filipina y negarse mi mujer a hacerme de mama, me encontré hace ya décadas
acorralado ante la tesitura de aparearme yo mismo los calcetines o salir de
casa con muestras desapareadas.
Cómo es natural me decanté por la segunda, y
mientras el pool de candidatos es 100% negro (ya hace años aparté los marrones
y azules oscuro), hay infinidad de niveles de tersura, grosor, costura y sobre todo,
altura.
La habitación dónde me visto está pobremente
iluminada; además no presto atención y hace años perdí la fe, a resultas de lo
cual a veces hay un palmo o más de diferencia entre la eslora de uno y otro
calcetín, lo que me hace parecer sucnormal, o cuando menos pedófilo, cuando
cruzo las piernas y alguien me ve los tobillos.
O cuando me desnudo ante alguna adolescente ávida de
carnaza.
Ante este reto, cómo ya debatiérase en su momento,
sólo cabe una salida tecnocrática: eliminar todos los calcetines y
reemplazarlos por x pares idénticos. Pero eso no era suficiente: necesitaba 3
atributos innegociables:
- Que la costura no fuera muy rugosa, puesto que me toca los
ovarios tener un costurazo, normalmente además desalineado con la curva de
mis dedillos, dándo la vara.
- Que no tuvieran logos ni mierdas en la parte visible de la caña;
aun me recuerdo a mí mismo en pantalón corto durante los años 80 con esos bordados
de dos raquetas de tenis cruzadas en el puto calcetín, anda que no hizo
fortuna ese “family crest”
- Que fueran unitemporales: ni gruesos de invierno, ni finitos de
esos casi transparentes (de cura pederasta o Controller de
cincuenta-y-pico tacos) de verano. Un grosor perenne.
- Que fueran, y esta era vital, reversibles: que me los pueda
quitar del revés, ellos ser lavados, y volvérmelos a poner de volea tal
cual. Ni en darles la vuelta tengo previsto perder un minuto.
Ante estos desafíos me encontraba yo (por cierto, he
mencionado 3 requisitos, he puesto 4 y nadie se ha dado cuenta; suerte que no sois
controladores aéreos) cuando inicié esta porfía hará 10 meses.
Incansablemente toqué calcetines de amigos, las
yemas de mis dedos calibraron tersura y grosor con fruición; fui a chinos, al
Carrefour, a diversos establecimientos, buscando el Santo Grial del Calcetín. Finalmente
encontré la referencia en un sórdido Decathlon en Tabarnia…
Reconté mis
calcetines negros.
41. No me sorprendió la imparidad; estimo que
resulta más de la pérdida de 17 calcetines que de 1.
Arrodoní a 42, 21 pares, y raudo acudí anoche al
Decathlon donde fulfilleé mi proyecto.
La cajera sin duda pensó “A este viejo lo han echao
de casa a hostias y no tiene ni calcetines, pobre hombre”
Pagué, llegué a casa, cogí el caótico crisol de
calcetines y los eché a la basura.
Desde hoy y para el resto de mi vida, un problema
menos.
La vida, créanme, es más la ausencia de problemas
que la presencia de grandes ilusiones.