Bombonas lejanas: el primer relato pornográfico de Fórceps

Ojito, que he dicho pornográfico, no erótico. Vamos allá:

La agarré con fuerza por una de sus dos asas y con bravura me la ubiqué sobre el hombro.
Abrí la puerta del ascensor en ingresé en el susodicho artefacto hasta ganar acceso al piso dos.
Salí y llamé al timbre del segundo segunda.

Abrió la puerta una diosa. Llevaba un corpiño satinado que dejaba entrever la comisura de sus labios inferiores. En un vistazo más detallado, vi que la cerda me obsequiaba con un palmo largo de regatera. Sin mediar intercambio de palabras alguno, se arrodilló, sacó el manubrio de entre mi bragueta, y empezó a zampárselo.

Conmovido por el arrojo de la furcia, al parecer se me cayó la bombona con tan mala fortuna que espetegó sobre su cabeza de rubios pelos. Una vez hube fregado la sangrada y suturado el cráneo, vive Petrus, ella pareció recobrar el conocimiento, tras lo cualo y de nuevo sin mediar palabra me bajó completamente los pantalones (que aun llevaba a la altura de las rodillas desde mi ingreso en su morada) y siguió zampando carne en barra.

Con tanto vaivén se le reabrió la sutura y quedó el sofá hecho un Tampax. Nada importaba al parecer, y entre borbotones de sangre se subió el picardías, se me montó a horcajadas, y embutió mi colosal membrete en su concavidad fecúndica. Tanto saltaba y botaba la lúbrica ninfómana que empezó a salpicar de sangre hasta el mismísimo techo. Parecía que estuviéramos haciendo la matanza del pork. Mientras tanto le iba zampando yo las tetas con tal mala fortuna que un pezón se quedó atrapado entre dos de mis sarrosos dientes, y con el ajetreo se lo arranqué.

La loca estaba ida del todo, y yo curiosamente parecía retener la empalmada a pesar de que la configuración actual de los acontecimientos distaba mucho de ser una de esas sobre las que uno suele fantasear. Mientras ella iba cepillándoseme, agarré la Petrus y en otro titánico esfuerzo le grapé el pezón, con escasa precisión, no lejos de su ubicación habitual (pretérita) pero tampoco cerca.

Ella iba chillando cerdadas y yo andaba ensangrentado y hecho unos zorros. Además, para mi gusto empleaba la joven un lenguaje en exceso turbio y barriobajero, con términos, para que se hagan una idea, como ‘oh, cabrón, me corro tóa’ o ‘me vas a partir en dos, cabronazo’, cuando no ‘me haría un llavero con este peasso polla’
Vamos, que llegó un punto en que los hechos me sobrepasaron. Me quité su puño del culo, me vestí, me puse la gorra y la facturé por la bombona como preceptivo es mientras ella seguía soltando lagartos por su boca y diversos compuestos de diversa lubricidad y toxicidad por su chochitow.

Nos despedimos sin más y supongo que ella murió desangrada al poco tiempo.