Cómo Mascherano; cerrar, lo que sería cerrar, no cierra.

La nómina de personas que han ayudado al avance de la humanidad gracias a sus invenciones es tan larga como selecta: Marie Curie, Fleming, Stalin, Edison, Jobs…. Todos ellos, por medio de su sobrecogedor intelecto, han hecho nuestras vidas mejores.

La lista es enorme, y la mayoría son anónimos; nadie sabe (sin pasar por la Wiki) quién inventó el pegamento, la grapadora, el surco en los neumáticos o el aire acondicionado. Aun así, su importancia es mayúscula.

De entre ellos, curiosamente, hay uno que cree que inventó algo y no fue así. Se trata de una caso único, pues creyó haber inventado algo que a la sazón no funcionó, y más meritorio aún, la población civil lo da por una invención cotidiana, contrastada y archi-conocida cuando en realidad ni lo es ni se le espera.

Es efectivamente el ‘abre-fácil’, feature intrínseca a todos los paquetes de jamón y tal, un invento que todos conocemos bien, que nos agrada ver subrayado en el etiquetado, y en el que nunca nos paramos realmente a pensar que simplemente no funciona.

Es el no-invento por antonomasia, la cuadratura del círculo del sinsentido, y la confirmación del plausible fin de los tiempos. No funciona, lo sabemos, y aun así lo seguimos usando y esperando que se cierre tras sacar tres lonchas, extremo que no se produce pero cuyo fracaso no nos descorazona; simplemente, sabíamos que no iba a funcionar porqué nunca lo hizo, lo cual no es óbice, cortapisa o valladar para que, de infantil lid, sigamos esperando vez tras vez un par de segundos a ver si cierra.

Pero no, nunca cierra.

Y el tío que registró la patente en Bali con 7 rubias.

La vida puede ser maravillosa.