Tras
detallar las complejidades derivadas de las políticas de gasto público,
volvamos a la iniciativa privada. Existirá como es natural una dicotomía entre
empleador (el que tuvo la iniciativa, tomó el riesgo y tuvo su suerte) y
empleado (un tío con aversión al riesgo o sin la capacidad suficiente para
llegar a empleador) que, en un sistema limpio y sin estridencias legales,
coexistirán simbióticamente. El empleador no puede producir sillas sin el
empleado, y el empleado no sabría qué hacer si no existiera la fábrica de
sillas; no tendrían de dónde sacar renta para comer el uno sin el otro.
Cómo es
natural, con el florecer de la iniciativa privada nacerá algo que lo cambiará
todo: la diferencia de poder adquisitivo; aparecen los primeros ricos, una
minoría de empleadores que han sabido triunfar (y dar de comer a las familias
de decenas de empleados).
Es aquí
donde la sociedad crea un cisma irresoluble y muy mal gestionado. Lejos de
comprender esa simbiótica relación, los trabajadores (vehiculados a través de
los ulteriormente llamado ‘sindicatos’) entendieron la relación de manera
contraproducente. A la vez, el empresariado, tendió a no socializar sus
beneficios y aspirarlos hacia arriba, puteando más y más a sus empleados. Se
alimentó el bucle durante años hasta tornarse en un clima de guerra fría a cara
descubierta.
Esto,
cómo todo, a la larga es extremadamente simple. Si el empresario de la fábrica
de sillas cada vez gana más y no me sube el sueldo ni mejora mis condiciones
laborales, lo normal es que el currante se vaya a trabajar para el empresario
que hace neumáticos, que al parecer paga bien. O el que hace cucharas. Eso al
principio era así, pero se gestionó la situación de manera muy pobre.
Las
primeras leyes sindicales, asegurando unos mínimos procedían. Y los incrementos
legales quizá también. Lo que realmente magulló la relación fueron las trabas
legales al despido. La gente debe entender que la imposibilidad de
ajustar la plantilla a las necesidades de producción (por indemnizaciones
costosísimas o por no salirle de los mismísimos al burócrata de turno) es un
cáncer para la economía.
Si me
piden menos sillas y debo fabricar menos sillas, necesito menos tíos.
· -Que el gobierno me compre sillas para luego quemarlas NO ES LA SOLUCIÓN.
· -Que el gobierno me dé un tanto cada mes para compensar lo que me
hubiera ahorrado echando a equis tíos NO ES LA SOLUCIÓN.
· -Que el gobierno me compre la fábrica de sillas para así no tener que
echar a nadie mientras se produce un excedente de sillas que el mercado no
absorberá NO ES
LA SOLUCIÓN.
· -Que el gobierno me impida echar mano de obra creando tensiones
financieras en la empresa por una estructura de costes inadecuada NO ES LA SOLUCIÓN.
· -Que sólo soportando unos costes indemnizatorios acojonantes pueda
echarles NO ES
LA SOLUCIÓN.
¿Saben
por qué? Porqué si sé que no podré echarles, directamente no ficho a nadie más.
Y esa es, amigos, la clave de todo: la tremenda aversión al fichaje por parte
de los empresarios ya que saben que no se podrán desprender de ese exceso de
capital humano caso de que no lo necesiten. Pueden comprar menos madera si
tienen que hacer menos sillas pero no pueden ‘comprar’ menos trabajadores.
Están atrapados. Y eso DESINCENTIVA la contratación.
La
solución es, como en todo, permitir que oferta y demanda de trabajo se nivelen
automáticamente, tal y cómo demostramos que ocurre en el mercado de
bienes y servicios o el monetario (ver posts de hace dos semanas).
Desgraciadamente,
se implantaron todas las políticas perniciosas arriba detalladas y muchas más.
El cisma estaba creado entre Capital y Trabajo y el mercado estaba (está)
artificialmente estabilizado por vía de la coacción al empresario (que es quien
da de comer al 90% de la población no-empresaria).
Lo que
digo no es opinable: es así. Podemos entrar en un tema de matices, de grises,
de si los trabajadores merecen una estabilidad y seguridad laborales X o Y, si
el despido debe ser más o menos caro, si los beneficios debieren distribuirse
así o asá, pero el hecho es que todo lo que se pudo hacer mal se hizo mal. Y
también es cierto e inopinable que sin empresarios nos morimos de hambre todos.
O sea que deploro vigorosamente el discurso sociata de que el empresario
es el anti-cristo. El empresario es Cristo. Y si algún lector es
incapaz de entender esto, es indigno de este blog.
La
cruzada socialista que asoló Europa a finales del siglo pasado tomó clara
posición a favor del trabajador –cosa muy bien hecha; todos queremos lo mejor
para inmensa mayoría trabajadora- pero lo vehiculó a través del puteo al
empresario –cosa muy equivocada- y, peor aún, a través de la limosna. Con la
excusa de la ‘libertad de oportunidades’ y la ‘justicia’ social (y sobre todo para
ganar elecciones) se institucionaliza el subsidio, la más macabra y perniciosa
política de gasto público aplicable.
Y es en
ese punto, querida audiencia, dónde a la extorsión a la iniciativa privada (al
creador de trabajo como vimos ayer) se une una iniciativa pública (de la que
hablamos en el segundo capítulo) de tono paternalista, que estimula la
holgazanería, el desempleo, la poca ambición, la ausencia de un espíritu de
lucha, y el conformismo total ante la vida; el socialismo del subsidio, “no les
enseñes a pescar, dales pescado”.
3 comentarios:
Rai, sobre el teu closing comment d'ahir: tens tota la raó, però no es tracta d'un exercici d'història econòmica (que ademés seria inabarcable en menys de 1,000 posts) sinó un exercici de simplificació i progressiva complexització basat en el sentit comú bàsic i en l'evolució general d'entorns controlats i simples.
subvención mala mu mala
Estic mirant el post pujat a la cadira emocionat enmig de llàgrimes i entonant vítores i aplausus.
BRAVO.
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