martes, 10 de septiembre de 2019

El gambito del baluarte (o la dejada del jabalí)


Tras 6 años de ausencia, regresé al tenis hace 6 meses, y lo hice por la puerta del gato. 
Trampilla diríamos, ni a puerta alcanza mi retorno a las pistas.
La verdad es que tras un primer set explosivo repleto de subidas a la red, reveses en carrera, dejadas, lobs, passings y un suculento crisol de diabluras, me planté en el segundo set con un meritorio 6-4 en la buchaca. serví mal (ese servicio tan rematadamente malo que ni conlleva doblas faltas; flojo, centrado, inseguro y quebradizo tal que pondrías un niño de 6 años al resto y las devolvería todas) y el resto de mi juego no fue diferente.

Gracias a Dios mi rival tiene mi edad, y a pesar de estar fuerte, fornido, frondoso y jovenívol, carece por completo de calidad; es un puto jabalí. Pero corre cómo tal y las va devolviendo cómo si su vida fuera en ello.
Es además, y esta es una de las ventajas del anonimato en las redes, un hijo de puta.

Cada vez que subo me mete un globo (a pesar de ser un negado mete los lobs cómo Michael Chang) con el consiguiente desgaste -y desorientación por mi parte.

Cada vez que me quedo en el fondo me mete una dejada (a pesar de ser un negado clava las dejadas) con el consiguiente esprint de cojones y, peor aún, el frenazo perturbador.

No le cuelo un puto passing, no comete un solo error no forzado, es el Terminator de las pistas. Cero calidad, todo pundonor. Es un puerco.

A lo que iba: el día de mi retorno, hace ya meses, en el tercer set (6-4, 5-7) y con creo que 2-3, me mete la trigésimovigésimoséptima dejada -a mala folla, cómo todas las dejadas.

Una cosa que me pasa desde hace un tiempo con las dejadas es que me paso un buen rato sopesando si voy o no, y normalmente para cuando la bola da el tercer bote decido que sí, que 'vamos allá' -pero veo que ya es tarde.

Pero en ese momento, cuando vi al jabalí meter ese gestito luctuoso con la muñeca para la dejada letal, por circunstancias que no recuerdo -o jamás conocí, puse en marcha los reactores del Columbia y cual billones de barricas de nitrogeno líquido ardiendo para salvar a la humanidad del apocalipsis hacia galaxias más acogedoras, me dispuse a proyectar mi tripa, zapatos, raqueta y huevazos hacia la red a capturar esa bola que cambiaría mi vida.

Paró el viento, subieron los mares, se abrieron las nubes, y un canto celestial así en plan oh-oh-ooooh (de cuando aparece un ovni o la vírgen en las películas) surcó la central del Arthur Ashtray Stadium. 

Los pájaros cayeron a plomo, los girasoles empezaron a rotar cual tiovivos, se pararon los relojes y yo, heroico y a cámara lenta, acometía con los ojos inyectados en semen el momento que definiría mi carrera.

Habría ya atacado enfurecidamente dos tercios de mi periplo (y me faltarían aún unos dos metros más para coronar la gesta), cuando me petó un huevo o algo bajo pantalón sito. 

La ingle, el abductor, el adductor o el rotor de Jenkins. No sé qué reventó (y fue una pena que Abraham Zapruder estuviera en la pista 2 y no en la central para filmar el evento) pero el momento fue cósmico. Caí al suelo como Nixon, enroscado, patidifuso, lloroso y otoñal. Sabía que mi carrera había acabado -antes de empezar.

En resumen, que me estoy enrollando cómo una papela de farlopita: que tenemos partido este Jueves y he alcanzado un pacto de mínimos con él, con el jabalí, que asegura la taxativa PROHIBICIÓN de hacer dejadas por parte de quien fuere que vaya por delante en el marcador. Así de fácil.

Soy un monstruo de la negociación, ¿no?
Ya os contaré el Viernes. Estoy optimista.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ningú fot comentaris ja. T'esforces per ells i mira com ho paguen.
Posi.

ojcarini dijo...

Posi tiene un revés demoledor

Giovanni dijo...

Lazi,

todas esas amenazas, toda ese violencia que jaleas desde tu pútrido altavoz digital, te invito que te animes, bajes a la calle y te ensucies las manos tú mismo.. ¿Va a ser que no, huh?

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