ESPAÑA (y IV)

Luego transitamos hasta Granada. Me olvidé de decir que Sevilla me gustó, tiene cosas preciosas si bien la abundancia de gitanos originó en mis ansias de control racial un proceso de ebullición inaudito. Pues eso, que nos plantamos en Granada, donde al igual que en Sevilla, ya había estado pero no recordaba un píxel. Granada es un pequeño fraude. El barrio ese de las casitas blancas, el tapeo, vale, ¿y?

Nos tomamos la molestia de plantarnos en la Alhambra, fraude entre fraudes. “Es que si no te has documentado y no te has leído su historia no es lo mismo” me decía mi madre cuando comentamos el tema, a lo que yo contesté que las cosas son lo que son y tienen el valor estético que tienen habiendo estudiado el tema o no. Cuando en el Smithsonian de Washington DC vi piedras de la Luna vi piedras. Si no me dicen que son de la Luna les pego una patada por la calle, ergo su valor para mí es cero.

La Alhambra, pues posee una ubicación envidiable, pero dentro hay poco. Nos metimos en los famosos palacetes nazaríes o nazarenos o sus putas muelas, donde hay un seguido de habitaciones con mierdas escritas en moro y todas iguales. Vas pasando por habitaciones idénticas una tras otra. Cojonudo. Miren, me la envaina, tú. Yellowstone o la Sagrada Família son la hostia aunque no sepas nada de ellos, y la Alhambra es un coñazo. Además Granada tiene los suelos empedrados y se te hinchan las varices al cabo de dos horas de andar por ahí, o sea que nada mejor que tocar el piro y desearles un pronto ascenso a Primera.